viernes, 17 de junio de 2016

Amar con alegría.

Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con Dios.” Gracias a Dios estas palabras del Papa Francisco las he leído y escuchado desde que tengo uso de razón. No por eso dejan de ser actuales y siguen removiéndome hoy como ayer.

Acabo de terminar de leer en profundidad la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”, que a mi me gusta traducir libremente por “amar con alegría”, y quisiera compartir unas pocas ideas sobre este maravilloso texto.

En primer lugar “he participado” en el Sínodo que fraguó esta exhortación desde el inicio. Me explico. Evidentemente no soy ningún letrado al que haya llamado el Vaticano para participar en sus reuniones, pero sí desde que surgió la iniciativa del Sínodo Extraordinario, tuve la oportunidad de expresar las ideas sobre el tema en el cuestionario que la Diócesis de Bilbao (supongo que como todas las diócesis) puso a disposición de los fieles para recoger sus aportaciones.

Las aportaciones que realicé en aquel cuestionario, lo digo con modestia pero reconociendo que es verdad, prácticamente han sido todas recogidas en la exhortación final. Desde luego no es mérito mío, sino de quienes a lo largo de mi vida me han ido orientando en mi formación cristiana, y por supuesto del Espíritu Santo que inspira siempre a su Iglesia y a sus hijos.

Como curiosidad diré que cuando entregué el cuestionario en la diócesis, en el apartado de colectivo al que pertenecía, señalé “iglesia doméstica”. Recuerdo que me llamaron sorprendidos para insistir a título de quién escribí aquellas aportaciones, y reiteré que se trataba a título de mi familia, es decir de “mi iglesia doméstica”. La cuestión es que se incorporaron a las propuestas que la diócesis envió a Roma.

A partir de ahí, he seguido con muchísima oración y atención, cada uno de los pasos que se iban dando: documento previo al Sínodo extraordinario, el propio Sínodo, documento posterior, la preparación del Sínodo Ordinario, el Sínodo, los documentos posteriores, hasta la publicación de la exhortación final. Como no podía ser de otro modo, en todo, absolutamente en todo, he visto siempre el soplo del Espíritu Santo.

En segundo lugar no tardé ni un minuto en descargarme la Exhortación el día que se hizo pública y tras una lectura rápida de los índices y algunos párrafos, comencé a leerla, más bien a saborearla, desde el principio hasta el final. Muchos párrafos, con ideas sugerentes para poner en práctica de inmediato, los copiaba y enviaba a mi familia para que también los tuviesen en consideración. Con otros aprovechaba para dar gracias a Dios. Con otros disfrutaba. En fin, con todos aprendía.


Y en tercer lugar tengo que decir que he leído algunos comentarios críticos (o al menos, respetuosamente críticos) respecto del “Capítulo VIII: Acompañar, discernir e integrar la fragilidad". Pues tras su cuidadosa lectura, he podido comprobar que no sé a qué se deben esas críticas. Me parece un capítulo maravilloso, lleno de mensajes positivos y extremadamente cuidadoso con la tradición de la Iglesia y sus escritos desde siempre. Tal vez, hoy como cuando Jesús estuvo en la tierra, nos sorprende y no entendemos del todo su infinita misericordia.

Sólo me queda invitar a todo el mundo a leer la Exhortación que traduzco "Amar con alegría", no os defraudará.