viernes, 12 de junio de 2015

El libro de texto como medio para uniformar la enseñanza-aprendizaje

En los albores del siglo XVIII, las diferentes Cortes de los reinos y repúblicas del continente europeo, comenzaron a preocuparse por la instrucción de los niños y niñas y establecer leyes y reglamentos sobre la enseñanza de las primeras letras. Prácticamente todos ellos coincidieron en definir un currículo que comprendiese las enseñanzas básicas de todo “ciudadano”: leer, escribir, contar y la enseñanza de la doctrina cristiana (en algunos casos la doctrina del buen ciudadano).

Poco a poco las instituciones educativas promovieron y aprobaron algunos libros para ser utilizados como material que apoyase los aprendizajes de los alumnos. No obstante, la realidad era que los propios maestros y maestras, en su mayoría, tenían que elaborar o buscar los materiales con los que los niños y niñas pudieran aprender las artes de la lectura, escritura, el cálculo y las doctrinas cristiana o ciudadana.

Cuando la organización de la enseñanza de las primeras letras empezaba a notarse en las escuelas, la extensión de los libros de texto (a modo de enciclopedias) comenzaba a llegar a las instituciones escolares. Esto aseguraba a las instituciones educativas gubernamentales que habría una garantía de que los aprendizajes establecidos por las autoridades, eran efectivamente los que se llevaban a cabo en las escuelas. También esto supuso para los maestros y maestras un alivio y una descarga de tareas extras, pues se trataba de una estupenda herramienta que les evitaría tener que confeccionar ellos mismos.

A pesar de todos los esfuerzos desarrollados durante el siglo XIX en esa línea de introducción de los textos oficiales, no sería hasta los inicios del siglo XX cuando se comenzó a generalizar la utilización de los libros de texto en las aulas. De esta forma comenzaron a producirse libros para el uso escolar que no estaban directamente elaborados por los responsables de la política educativa, por lo que se hizo necesario que previamente deberían recibir la aprobación de sus contenidos por las correspondientes autoridades educativas.

De esta forma el libro de texto se convirtió, por un lado, en el mejor medio para que todos los alumnos de un país estudiasen los mismos contenidos y recibiesen las mismas instrucciones sociales y cívicas -y hasta estudiasen la historia desde la misma perspectiva desde la que la veían los gobernantes de turno- y, por otro lado, también fue el mejor medio para que los maestros y maestras supieran exactamente los contenidos y aprendizajes que debían enseñar a sus alumnos.

Que esto era así, lo demuestra precisamente la postura contraria a la corriente uniformizadora de los libros de textos, que encontraremos en la Institución Libre de Enseñanza, de principios del siglo XX. Esta corriente de pensadores pretendió dar una aire nuevo a la pedagogía, intentando evitar que los contenidos de aprendizaje estuviesen a merced del gobernante de turno y se diese una apertura a todo tipo de libros, por ello en sus colegios procuraron prescindir de los libros de texto y estar abiertos a cualquier material. Así lo expresó uno de sus representantes:

No es lo que importa que el material sea poco o mucho, pobre o rico, grande o pequeño; lo que interesa es que sea adecuado a aquella obra de educación activa, forjadora … y por adecuado, en este respecto, entiendo vivo; y vivo quiere decir, por lo que hace a la escuela primaria, fabricado en ella como obra del trabajo común de maestro y discípulo” (Manuel Bartolomé Cossío).

A pesar de que los detractores de los libros de texto como uniformizadores de los contenidos de enseñanza han existido desde su misma generalización, es cierto que han sido -y todavía siguen siendo- una herramienta útil y cómoda para el profesorado que, aunque exprese sus opiniones contrarias, sigue utilizándolo como herramienta básica en su proceso de enseñanza.


Hoy día, con matices, podemos afirmar que los principios inspiradores de los libros de texto, siguen siendo estando tan presentes como en sus comienzos, por ello dirá Gimeno, “no es una casualidad que el libro de texto sea la herramienta didáctica dominante” (Gimeno 1991). Si bien es cierto que la diversidad de editoriales y la apertura de los currículos ha sido y es extensa, por lo que no se podría hablar exactamente de uniformización.

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